El otro día me tropecé con un viejo amigo corredor, desde mis inicio hemos compartido cientos de kilómetros y una gran multitud de carreras y maratones. A groso modo hablamos de todo, de la vida y como no, del correr. Tanto uno como el otro, no atravesamos nuestros mejores momentos deportivo. Así que cualquiera que escuchara nuestra conversación , las ganas de correr se las quitábamos en un santiamén.
Estás cosas suelen pasar, los corredores solemos tener bastante problemas con las lesiones, sobre todo si hemos sidos o somos unos cafre y hemos abusado de nuestra buena forma física. El cuerpo pasa factura y se nos manifiesta en forma de molestias que suelen acabar con dolores y en el peor de los casos de forma crónica.
¿Pero quien se resiste al gozo de correr? Ya se que se puede disfrutar también corriendo con inteligencia, pero es difícil y complicado contenernos y en vez de hacer cincuenta kilómetros a la semana, queremos hacer setenta o cien. Los kilómetros pueden ser una droga dura, aunque para mí ése se puede no es una duda, es una verdad como un templo. Estar al filo de la navaja es una gran sensación, y si el cuerpo nos lo permite, es complicado resistirse a la tentación.
Yo, lamentablemente, hago de tripas el corazón. No es porque quiera, sino porque me es imposible correr mas de lo que hago ahora, la culpa es de una maldita lesión ya longeva por el tiempo que lleva conmigo.
No me arrepiento de haber hecho barbaridades, es más si pudiera las volvería hacer, es mas, las voy a hacer cuando el cuerpo me de una tregua. Mientras debo de ser conservador, no tengo mas remedio, prefiero correr despacio a no correr nada, prefiero correr treinta minutos a a no correr nada, esa es una de las consecuencia de ser un corredor empedernido como yo, no cambio media hora de carretera por media hora de sofá, mi cuerpo y mi alma me lo agradecerá.